La consecuencia más nefasta de la ausencia de un modo de sentir uniforme es la estrechez y la limitación del elemento de improvisación al “hacer música” (“Musizieren”*) en general. Cuanto menor es la aportación espontánea de cada músico a la unidad, tanto más se ve obligado el director a prescindir completamente de los matices agógicos, dinámicos etc., que desea, o a obtenerlos por un camino puramente mecánico, es decir mediante numerosos ensayos y un adiestramianto interminable. Pero precisamente lo más importante y lo mejor: aquella imperceptible variabilidad del tempo y de los colores, no se logra en absoluto por via mecánica y con ensayos. Finalmente, el director se encuentra a menudo, en este sentido, ante el dilema de tener que exagerar sus intenciones o renunciar completamente a ellas. O ir a compás sin ninguna articulación natural, o conseguir matices “trabajados” – un estado de cosas que corresponde en gran me-dida a la realidad actual.